Por: Erika Marín Tarazona*
Las decisiones sexuales y reproductivas transforman la vida de las personas. Es importante hablar de sexualidad con adolescentes porque entre más pronto se cuenta con herramientas cognitivas, emocionales y sociales para su ejercicio, mayor desarrollo del potencial humano.
Problemáticas como la epidemia de VIH, el embarazo no deseado entre otras, señalan la necesidad de hablar de sexualidad con adolescentes y fortalecer la capacidad de que tienen para disminuir riesgos, y a la vez, ganar autonomía y responsabilidad, sin sacrificar el disfrute o el bienestar personal. Esta necesidad se evidencia en las dificultades de las familias para tratar aspectos relacionados con la sexualidad, es sentida por los profesionales que trabajan con esta población, y es parte de los desafíos que enfrentan las instituciones en materia de políticas públicas.
Educar para la sexualidad supone un encuentro entre dos o más personas que se aproximan cada una con sus subjetividades, su historia de vida e ideas preconcebidas. De esta manera, quienes eduquen para la sexualidad deben tener varias claridades al introducirse en este campo: cómo ven su propia sexualidad y cómo se relacionan con las demás personas; desde qué línea conceptual comprenden la sexualidad, la adolescencia y la educación; qué aspectos de sus vidas pueden interferir en la labor profesional y cuál es la intención con la que dirigen los procesos de intervención. A continuación, algunas reflexiones al respecto:
¿Cómo relacionarse con las demás personas?
Para hablar de sexualidad con adolescentes es importante que quienes asuman esta labor conciban a las demás personas sexuadas, portadoras de conocimiento, con capacidad de respuesta y decisión, con derechos sexuales, reproductivos y humanos, en continuo proceso de aprendizaje y desarrollo. Las personas jóvenes y adolescentes, pese a que, en algunos casos, dependen legalmente de la tutoría de los adultos, se enfrentan en la cotidianidad a situaciones que les implica la toma de decisiones en las que sólo ellas tienen injerencia, incluyendo las relacionadas con la sexualidad.
Resulta clave acercarse a los grupos de adolescentes reconociendo su integridad, con respeto y cuidado, así como con derecho a recibir una orientación clara, completa y científica respecto a su sexualidad. Esto requiere un lenguaje incluyente, que evite los sesgos y sea comprensible. Además, resulta fundamental escuchar y estar atento a sus necesidades.
¿Y la sexualidad?
En concordancia con lo anterior, quien asuma el rol educativo debe comprender la sexualidad desde una perspectiva de desarrollo humano, de esta manera, se relaciona con factores como la cultura, la familia, el ambiente social, político y económico en el que viven los adolescentes (1). Teniendo en cuenta esto, se entiende que no hay una única forma de comprender, sentir y experimentar la sexualidad, sino tantas como personas hay.
¿Y cómo se educa para la sexualidad?
Sumado a que jóvenes y adolescentes son personas competentes y que la sexualidad es un aspecto integral de su humanidad, la educación debe ser concebida como un espacio de inclusión, participación y liberación en el que cada quien desarrolla sus potencialidades. Se educa mediante la promoción y el cuidado de la salud, con formas que sean comprensibles para cada persona. Para el caso de la adolescencia, se pueden vincular diversos medios de aprendizaje: el acompañamiento, la escucha, el juego, las tecnologías de la información, las asesorías personales, la divulgación de información con base científica, las salidas de campo, entre otras formas. Y así, diversos son los espacios propicios y válidos para la educación, es posible aprovechar las consultas médicas, la escuela, los encuentros dados en el marco de programas y proyectos específicos en sexualidad, las escuelas culturales o deportivas y la familia, entre otros.
La educación para la sexualidad se puede abordar desde los ámbitos individual, familiar, grupal o comunitario. En cada uno de estos se deben crear alternativas que promuevan la confianza y la confidencialidad, dando respuesta a las necesidades específicas de las personas en cuestión. De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud, en su propuesta de consejería para jóvenes en el área de la salud sexual y reproductiva, la orientación se entiende como un encuentro en donde el proveedor actúa como facilitador de cambios de comportamiento, ayudando al joven a resolver un problema en una atmósfera comprensiva (2). Así mismo, los Servicios de Salud Amigables para Adolescentes y Jóvenes propuesto en Colombia por el Ministerio de Protección Social se orientan a brindar herramientas para que la población adolescente resuelva sus necesidades en materia de salud sexual y reproductiva, mediante el acceso a servicios de salud en un marco de altos estándares de calidad (3).
La importancia de los modelos educativos o de crianza sobre los que se constituye la adolescencia radica en que resultan decisivos para su desarrollo como sujetos. Una crianza basada en el análisis crítico, la comunicación, la posibilidad de elegir y la valoración propia, entre otras características, seguramente estará reflejada en una fuerte capacidad de las personas para negociar y decidir en el ámbito de la sexualidad. Shutt y Maddaleno plantean que “la educación y las habilidades conllevan un aumento en el poder y control… lo que permite a los jóvenes tomar decisiones que generan resultados más saludables”(4). Por el contrario, un esquema fundamentado en la represión, sumisión y más aún el maltrato o el abuso, pueden lacerar significativamente las competencias de las personas.
Además de los aspectos que se han enunciado, se hace fundamental que las personas interesadas en constituirse como agentes educativos se preparen para este trabajo; formar requiere de un amplio manejo de conceptos relacionados con la salud sexual, tales como derechos, erotismo, enamoramiento, elección de pareja, género, diversidad sexual, masturbación, genitalidad, fecundidad, afecto, manejo de crisis, entre otros temas de interés para la población adolescente. Así mimo, requiere la permanente revisión del propio esquema, es decir, ubicar cómo individualmente se comprende, siente y experimenta la sexualidad, para mantener una posición neutral, evitando los prejuicios al momento de una orientación personalizada o en el manejo de una sesión grupal.
¿Cuál es el horizonte de la formación para la sexualidad?
Educar para la sexualidad es un proceso intencionado. Por eso debe tener un foco, un objetivo que se quiere alcanzar y una ética. De esta manera, se educa para la sexualidad de diversas maneras, las religiones, las familias, los medios de comunicación, las instituciones de salud, entre otros, son referentes en salud sexual, con su propia versión de lo que debería ser y de cómo ejercer la sexualidad. En este sentido es fundamental promover una perspectiva de derechos, desde la cual se considera que los procesos de formación deben estar orientados a superar los tabúes que pesan sobre la sexualidad, además deben enfocarse a que las personas sean expertas de sí mismas, identifiquen y manejen sus emociones y posean herramientas para tomar decisiones.
Se concluye que quienes decidan constituirse en referentes en salud sexual y reproductiva, deben tener apertura a las personas que quieran confiar sus inquietudes y problemas de la vida, sin dejarse influenciar por los prejuicios. Además, deben tener claro que su trabajo consiste en acompañar a las personas en su proceso de aprendizaje, para lo cual es necesario revisar el propio esquema de valores y actitudes, esto inclusive puede implicar algunas veces cuestionar los principios o políticas de las instituciones en las que se labora.
Por último, se propone que los procesos de educación para la sexualidad deben manejar un componente de acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, de manera que faciliten prácticas de cuidado y protección. Los profesionales que atiendan estos servicios deben recibir capacitación enfocada a comprender especialmente las características y las necesidades de la población adolescente y conocimiento de la infraestructura de servicios para remitir cuando estas necesidades rebasen sus roles como educadores.
Referencia bibliográficas
1. Shutt-Aine, Jessie., Maddaleno, Matilde. Salud sexual y desarrollo de adolescentes y jóvenes en las Américas: Implicaciones en programas y políticas. Organización Panamericana de la Salud, 2003. Pág. 72.
2. Organización Panamericana de la Salud. Consejería orientada en los jóvenes para prevenir VIH/ITS y para promover la salud sexual y reproductiva: Una guía para proveedores de primera línea. Washington D.C. 2005. Pág. 184.
3. Ministerio de la Protección Social. Servicios de Salud Amigables para Adolescentes y Jóvenes. Un modelo para adecuar las respuestas de los servicios de salud a las necesidades de adolescentes y jóvenes de Colombia. Bogotá. 2008.
4. Freire, Paulo. Pedagogía del oprimido. Editorial Siglo XXI. 2005.
*Trabajadora Social – Universidad Nacional de Colombia
Candidata a Magister en Salud Sexual y Reproductiva – Universidad El Bosque