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Se considera normal que la menstruación llegue mínimo cada 21 o máximo 35 días. Pero a veces, nuestro cuerpo puede experimentar cambios que alteran este ciclo. Ese es el caso de Jenny, quien por cuenta de un retraso menstrual pasó del desconcierto a la preocupación y finalmente tomó fuerzas y enfrentó la situación. Conoce la historia de Jenny, tal vez algún día te ocurra a ti.

 

El inesperado retraso menstrual

Ana siempre había tenido un ciclo menstrual regular. Cada 28 días, como un reloj, su menstruación llegaba sin falta. Pero esta vez era diferente: ya habían pasado cinco días y no había ni rastro de ella. Al principio, no le dio mucha importancia; pensó que tal vez era el estrés del trabajo o la falta de sueño. Sin embargo, a medida que pasaban las horas, empezó a preocuparse.

Aquella mañana, mientras desayunaba, Ana decidió revisar su calendario. Había anotado el inicio de su última menstruación, como hacía siempre, y comprobó que efectivamente ya tenía cinco días de retraso. Sentía una mezcla de emociones: incertidumbre y un poco de miedo.

Recordó las palabras de su mejor amiga, Lucía, quien le había contado que los retrasos podían ser comunes y no siempre significaban algo grave. Sin embargo, también pensó en la posibilidad de un embarazo. ¿Y si ese era el motivo? Aunque llevaba meses usando anticonceptivos hormonales, sabía que ningún método era infalible. Además, recordó que la última vez con Juan «por el afán» no usaron condón.

 

Un día lleno de preguntas

Ana pasó el día reflexionando. Intentó concentrarse en sus tareas diarias, pero su mente volvía una y otra vez al retraso. ¿Podría ser algo más? ¿Un desequilibrio hormonal, tal vez? Recordó que había visto que factores como el estrés, los cambios en la alimentación o incluso el ejercicio excesivo podían alterar el ciclo menstrual.

Por la tarde, decidió llamar a Lucía. «Amiga, necesito hablar contigo,» dijo con un tono que mezclaba urgencia y nerviosismo. Cuando se encontraron en una cafetería cercana, Ana le contó todo. Lucía, siempre calmada y sensata, le recordó que lo mejor era hacer una prueba de embarazo para salir de dudas. «Así podrás estar más tranquila y buscar otras respuestas si es necesario,» le dijo.

 

La decisión de actuar

Esa noche, después de cenar, Ana fue a la farmacia. Se sintió un poco avergonzada al comprar la prueba de embarazo, pero la farmacéutica fue muy amable y le deseó suerte. De regreso a casa, tomó la prueba y la dejó sobre la mesa del baño, sin decidirse a usarla de inmediato.

Finalmente, reunió el valor. Mientras esperaba los resultados, su corazón latía con fuerza. Dos minutos después, vio el resultado: negativo. Ana sintió un alivio inmenso, pero también se dio cuenta de que necesitaba investigar más sobre el motivo de su retraso.

 

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Un paso hacia la solución

Al día siguiente, Ana hizo una cita con su ginecóloga. Durante la consulta, explicó todo lo que había ocurrido. La doctora escuchó con atención y le preguntó sobre sus hábitos recientes. Tras analizar su caso, le explicó que probablemente el retraso se debía al estrés acumulado y le formuló algunos exámenes para descartar causas hormonales. Finalmente,  le recomendó algunos cambios en su rutina, como dormir mejor y reducir su carga de trabajo.

Ana salió del consultorio sintiéndose más tranquila. Aunque el retraso había sido una experiencia que no quisiera volver a vivir, también le permitió hacer consciencia de la importancia de escuchar a su cuerpo y buscar ayuda cuando algo no es normal. «Mi cuerpo me está diciendo que necesita un respiro,» pensó mientras caminaba a casa. Y con esa idea en mente, decidió prestarle más atención y cuidar mejor de sí misma a partir de ese día.

 

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